DSC07179Por Javier Bustamante Enriquez

Los seres humanos, como todos los entes vivos, no somos impermeables. Somos resonadores de aquello que nos rodea y, a su vez, ejercemos también influencia en nuestro entorno. Estamos íntimamente conectados formando unidad. De esto no siempre somos conscientes y nos conducimos como si fuéramos individualidades cerradas que se relacionan con mayor o menor profundidad, con el riesgo de acentuar esta característica hasta convertirla en individualismo.

No obstante, el hecho de actuar individualistamente no anula la interdependencia que nos sostiene en la vida. De hecho, este individualismo personal es eco de un individualismo social. Lo cual quiere decir que, hasta el hecho de “aislarnos” no responde a nuestra naturaleza, sino que es una actitud adquirida o fomentada.

La proliferación del prefijo “auto” es una muestra de esta atomización de la vida humana. Conceptos que son generadores de cambio, incluso queriendo sacarnos de la cultura individualista, como autogestión, autonomía, autorreflexión, autoconcepción… nos pueden envolver en un proceso donde el origen y el fin sea uno mismo –persona o colectivo-, donde los recursos y los frutos queden delimitados y se vayan empobreciendo o generando dinámicas enfermizas.

En el idioma inglés la palabra “yo” se traduce como “i”. Desde hace un tiempo esta palabra se ha convertido también en un prefijo para modificar otras palabras, dándoles un significado de pertenencia del yo. De esta manera yo, el yo, también es un teléfono y una serie de objetos y realidades que van fortaleciendo el individualismo. Según cómo designemos, cómo nombremos la realidad, esa acaba siendo nuestra relación con ella. Es muy común ver personas solas o “reunidas”, prestando la mayor parte de su atención a dispositivos electrónicos que los apartan del presente real que los acoge en ese momento.

Estos signos de nuestro tiempo no son una condena. Cada época trae consigo sus contradicciones, sus síntomas y sus oportunidades de crecimiento. La tensión entre lo individual y lo compartido ha existido siempre, ahora cobra imágenes y mecanismos que lo hacen más evidente y, por lo mismo, más detectable y ojalá superable.

Cada uno, persona o grupo, hemos de afinar la sensibilidad para notar que el aislamiento, el individualismo, el egoísmo se van convirtiendo en la forma de relacionarnos con la realidad. Hay síntomas que lo apuntan: infelicidad, frustración, enfermedad, competitividad, soledad, prisa, falta de un proyecto común, falta de un proyecto personal que nos interrelacione, miedo…

Las salidas a estas situaciones no son individuales, aunque requieren de la persona con toda su entereza. Son itinerarios que, sí, han de partir de la persona, pero que han de ayudar a salir de la persona para provocar el encuentro, el descubrimiento del otro, el descubrimiento de uno mismo en la realidad para sentirse parte de ella. Es, por decirlo de alguna manera, establecer la paz con uno mismo estando en paz con la realidad que nos ha tocado vivir.

Un primer paso en este andar es aprender a contemplar. Propiciar momentos de quietud, personal y grupal, que nos ayuden a mirarnos en nuestro entorno, percibir sus límites y observar qué nos está diciendo, sin hacer juicios. Probablemente, desde una mirada amable puesta sobre nosotros y la realidad, comiencen a salir a la superficie las claves, las maneras, los porqués del cambio de actitud que está pidiendo nuestro presente.

Somos habitantes del presente y el presente es acción, oportunidad, renovación. Para poder ser conscientes de la riqueza que esto significa, hemos de adoptar una disposición muy especial que ayuda a unificar, restablece la comunicación y la comunión: el silencio. Sí, el silencio, tan sencillo y tan difícil. Hay un primer movimiento que implica a la soledad, es decir al apartamiento temporal, a la búsqueda de la quietud y el respeto por los procesos lentos y naturales. Un siguiente movimiento es más de aguarda “no productiva”, de esperar sin esperar nada. En cuanto uno va aprendiendo a dejar de lado expectativas personales, la vida se va revelando en sus potenciales y nos ayuda a restablecer la comunicación con la realidad.

No estamos viviendo momentos apocalípticos excepcionales, si contemplamos la historia podemos ver que los seres humanos somos poco atentos a la realidad, sobrecargamos sus límites, nos convertimos en dominadores. Cada época revela las capacidades integradoras de la humanidad y su necesidad y búsqueda de la felicidad. Hagámonos silencio, la vida está aconteciendo…