“Mamá, no te preocupes, aunque yo me quede ciego, igual voy a ser feliz”, le dijo hace días atrás Agustín, un niño de seis años, a su madre. Él nació con una grave deficiencia de visión, solo ve sombras, pero el diagnóstico es que en un tiempo más quedará ciego.

Actualmente asiste a un colegio para niñas y niños invidentes para aprender braille y poderse manejar por la vida. Pero Agustín ve más allá de lo que sus ojos le permiten. Vio a su madre triste porque el médico le comunicó que la ceguera de Agustín se debe a un problema genético materno. Y ella ahora se siente culpable. Esa infinita tristeza, Agustín la detectó y le brotaron estas palabras: “Mamá, no te preocupes, aunque yo me quede ciego, igual voy a ser feliz”.

Agustín es un niño comunicativo y alegre. Le gusta ir al colegio, jugar y relacionarse con sus compañeros. Se siente amado por sus padres, hermanos, familia y cercanos. ¿Será ese amor, ese sentirse aceptado lo que incide en la felicidad de Agustín? Llama la atención que en la sociedad actual, en que normalmente se desean obtener más y más bienes materiales creyendo que así se logrará la tan anhelada felicidad, un niño de seis años, tenga tan claro que la felicidad nace de adentro.

Ya Epicteto señalaba que la felicidad solo puede ser hallada en el interior. También Kierkegaard afirmaba que “la puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más”.

Retirarse un poco para abrir la puerta de la felicidad no es perseguirla denodadamente o a costa de lo que sea. Más bien, significa procurar vivir agradecidos con todo lo que la vida nos dona –como el hecho mismo de existir-, no dejarnos atrapar por el victimismo estéril o la queja continua, disfrutar de las sencillas y pequeñas cosas de la cotidianidad, hacer el bien, procurar hacer felices a los otros, retirarse del bullicio para entrar, de vez en cuando, en un espacio de soledad, quietud y silencio. Todo esto va creando las condiciones para la felicidad.

Cada vida es única, cada ser es irrepetible, cada instante te ofrece la posibilidad de crear el tejido de la felicidad, no solo la tuya, sino una felicidad que, como ondas expansivas, llega a otros.

 

Lourdes Flavià Forcada