prueba21Por Josep Lluís Socías

Hoy día los niños, los jóvenes e incluso algunas personas maduras no dudamos en hacer esfuerzos por aprender idiomas. Unos aprenden francés, muchos inglés, los hay que aprenden italiano, ruso, alemán… Lo cierto es que existen cientos de idiomas y miles de dialectos. Creo que es materialmente imposible llegar a conocer y hablar todas las lenguas vivas que existen hoy en el mundo.

A lo largo de la historia, diversas personas y grupos han pensado que, ante este problema de incomprensión lingüística, se podría implantar como solución un lenguaje universal, como lo es, por ejemplo, el esperanto. Otros han abogado por universalizar un idioma vivo que ya tenga mucha difusión, como el inglés, que tanto se emplea en el comercio y en la política internacional.

Pero si nos fijamos, tenemos un lenguaje universal, que de hecho ya todo el mundo conoce, aunque no se practique demasiado. Y, aunque casi lo olvidamos, todos lo sabemos: es el silencio.

El silencio permite aflorar, como un subrayado también universal, el sonreír, el entristecerse, el lenguaje de los ojos, el de las gesticulaciones, que todos ellos expresan tan bien las cosas que deseamos transmitir.

¡Hemos de reivindicar el lenguaje del silencio!

Las palabras no lo son todo. ¡Cuánto saber hay en las personas y en el mundo de la expresión y comunicación humana, fuera de las palabras!

Cualquier momento es propicio para ejercitar este diálogo del silencio. Con nosotros mismos, con los demás, con Dios… Seguro que escucharemos las palabras maravillosas de nuestro interior; indudablemente sentiremos la nueva manera de expresarse de nuestros amigos; también oiremos la voz inconfundible de Aquél que es Espíritu y da hálito a nuestras vidas.