solPor Lourdes Flavià Forcada

Muchas personas, seguramente la mayoría, consideran que estar solos y en silencio significa perder el tiempo. El psicoanalista y escritor Valerio Albisetti dice: “En cuanto a mí, puedo decir que hago muchas cosas a lo largo del día y consigo hacerlas porque paso, al menos, tres horas en soledad… no podría vivir sin ellas”.  

Podemos encontrar muchas razones y pretextos para no hacer soledad y silencio. Pero este tiempo de estar solos con nosotros mismos es muy importante. Parece una paradoja hablar hoy de soledad y silencio. Vivimos en un mundo que huye de estas cosas. Hay una necesidad de estar constantemente informado, de estar siempre haciendo cosas, de tener permanentemente la agenda llena. Nuestra vida está anclada en lo urgente y necesario y dejamos de lado, siempre para más adelante, lo esencial.
 
Son signos de este miedo a encontrarnos con nosotros mismos, miedo de escuchar la voz interior, miedo de enfrentarnos con la propia verdad. Preferimos seguir deslizándonos por la superficie de la existencia, no ir a fondo para no comprometernos, no sea que después no pudiéramos echar marcha atrás.
 
En muchos momentos nos sentimos confundidos, las incertidumbres nos invaden, las dudas nos paralizan, no sabemos qué nos pasa, no acabamos de encontrar el sentido de la existencia y, día a día, aumentan las depresiones. Dicen que en una ocasión Ortega y Gasset comenzó una conferencia con estas palabras: “No sabemos qué nos pasa. Y eso es precisamente lo que nos pasa”. Hoy podríamos decir lo mismo. Estamos estresados, angustiados, exigidos, agobiados, desesperanzados… ¿Qué me pasa? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué pasa lo que pasa? Quizás si bajáramos del tren de alta velocidad donde estamos instalados, si dejáramos el vértigo de la vida actual a un lado y aprendiéramos a vivir de otra manera, las cosas podrían cambiar. Ya que la soledad y el silencio son como la pantalla de cine donde podemos proyectar y contemplar nuestra vida, relaciones, proyectos… Quiero detenerme cada día un tiempo para ver, desde la soledad y el silencio, qué me pasa, qué pasa, hacia dónde me he de dirigir, orientar mi vida, mis acciones…
 
Ser realistas existenciales
La persona que se zambulle en las aguas profundas de la soledad y el silencio, es una persona que contempla la realidad tal cual es. No fundamenta su vida en idealismos, en fantasmas que no existen, sino en lo realmente existente. Se abraza a lo que en realidad existe. No es lo mismo la realidad, lo objetivo, que contemplar ideas creadas por uno mismo o por los otros. Según qué se contemple, así será la persona que contempla.
 
Tener una actitud realista existencial, es ser humilde, no amurallarse en las propias ideas, y abrir los ojos, el oído, todo el ser, a la realidad que nos rodea. Saber contemplar la realidad nos ayuda a ver las cosas tal como son, es como ordenarse uno interiormente. Se van viendo las cosas, las situaciones, los asuntos, con más nitidez y claridad. Y entonces es como también podremos hacer algo positivo para transformar y mejorar esta realidad en aquellos aspectos que hagan falta.
 
Cuando llueve intensamente en la montaña, el agua del río baja con tanta fuerza que arrastra tierra, troncos, ramas, todo lo que encuentra a su paso. Es un agua torrentosa, de un color marrón que no deja ver qué hay en el fondo. Pero si hacemos un dique y dejamos que el agua embalsada se vaya aquietando, poco a poco toda esta materia orgánica se irá sedimentando y tendremos, finalmente, un agua cristalina que nos permitirá contemplar el fondo. La soledad y el silencio son los diques que posibilitan que nuestras aguas se serenen y podamos ver más allá.
 
Valores que brotan de la soledad y el silencio
Humildad, verdad, autenticidad: la persona contemplativa, la persona que vive espacios de soledad y silencio, es una persona auténtica, se muestra tal como es. Teresa de Ávila decía que la humildad es “andar en verdad”, es decir, no creerse ni más ni menos de lo que uno es. Cuando uno es capaz de manifestarse, expresarse, desde su propia verdad, se siente una gran liberación y se enriquecen sustancialmente las relaciones, ya que es un relacionarse desde la verdad y no desde las apariencias. Desde este saber qué somos es como también podemos dar más fruto.
 
Libertad: Los parajes de la soledad y el silencio son, por esencia, patria de la libertad. Son un espacio de verdadera libertad, donde uno no está supeditado, ni coaccionado, ni manipulado, ni controlado… por nada ni por nadie. La persona que hace soledad y silencio no es tan fácilmente influenciable o manipulable, ya que va desarrollando una firme libertad de espíritu.
 
Paz: La soledad y el silencio nos ayudan a reconciliarnos con nosotros mismos, con los otros, con el entorno, con la historia… Nos llevan a un estado de serenidad, de saber dar a cada cosa la importancia que tiene, ni más ni menos. Nos ayudan a situar todo en el lugar que corresponde, a ser más flexibles, a ponernos en el lugar del otro, a entender, a estar más dispuestos al diálogo, a escuchar, a ser personas más pacíficas y pacificadoras.
 
Alegría: Se trata de una alegría honda que surge de la constatación de la gratuidad de la existencia. ¡Existo, pudiendo no haber existido! Sin embargo, esta evidencia no es percibida por todos. Muchos creen que hubieran existido de todas maneras, aunque la historia hubiera sido otra. En el poema SER, de Alfredo Rubio, se plasma bellamente esta vivencia desde la soledad y el silencio: “Cierro la puerta. / Me quedo solo. / Me envuelvo de silencio. / Cierro los ojos. / Y me tumbo en la alfombra / y a poco… // Como olas suaves en la playa, / sube a la mente y se hace pensamiento / ese existir en medio de la nada. / ¡Soy! y antes no existía… / Qué sorpresa en mi ser, de ser. Qué calma.”
 
Creatividad. En este ámbito de soledad y silencio, misteriosamente se va despertando en la persona ese niño que todos llevamos dentro y que nos permite expresarnos con más libertad, capacidad de admiración y de sorpresa ante todo lo que nos rodea. Este espacio es el marco propicio donde puede surgir todo este magma interior. A veces, sin saber ni cómo, comienzan a brotar diversas formas de expresar la belleza. Es como entrar en la dinámica de la creación, ordenar el caos interno y de golpe darse cuenta de que en ti se está gestando la belleza.
 
Solidaridad. El ser humano es algo abierto a. No tenemos un interior compacto. Somos un pozo y cuando miramos hacia adentro, cuando hacemos vida interior, nos encontramos que el agua que nutre nuestro pozo es la misma agua que nutre los pozos de los otros. Un agua que procede de la misma capa subterránea. Es como un puente. Hay que sumergirse en el agua para ver que los pilares que lo sostienen esta fuertemente unidos. Las personas que tienen vida interior, que hacen soledad y silencio, descubren estas raíces profundas de la solidaridad. Todos unidos por algo que no es visible desde la superficie, pero sí desde el fondo. La persona que hace soledad y silencio ve en el otro un hermano en la existencia.
 
Soledad y silencio, un estilo de vida
Y, más que hablar de hacer soledad y silencio, podríamos decir que se trata de optar por un estilo de vida. Las grandes multinacionales no sólo promueven sus marcas, sino que promueven un estilo de vida. Si anclamos nuestra vida en la soledad y el silencio que no son huída o aislamiento porque los otros me estorban. Soledad y silencio como un tiempo y un espacio donde puedo ir tejiendo una existencia más fraternal, solidaria, gozosa y llena de sentido.