corazon-sin-fronteras1Por Javier Bustamante

Cuando esperamos la llegada de un familiar, una amiga, un conocido o desconocido, vamos preparando el lugar  para el encuentro.  Dentro de esta preparación del espacio donde se dará la acogida, lo más importante es que nosotros mismos nos vayamos preparando también. Si no tomamos tiempo para disponer el encuentro, es muy probable que nos queden cosas por hacer o que la reunión o la estancia de esa persona no se desenvuelva en un ambiente sereno.

La hospitalidad es una disposición que las personas adoptamos cuando esperamos la venida de una o varias personas. Implica una abertura de nuestra casa, poner nuestro tiempo en función del que llega, asimilar el motivo de la visita y ser partícipe de ello. Sin duda, la hospitalidad es un descentramiento de uno mismo. Ser hospitalario es ser yo-para el otro. Un embarazo y un nacimiento es un bello ejemplo de hospitalidad. La madre pone todo su ser  en función de la nueva vida. Día a día el cuerpo femenino va experimentando cambios para amoldarse al ser que está acogiendo. Los aspectos emocionales, intelectuales, espaciales también se vuelcan en torno a ese nuevo ser.

La hospitalidad es una relación donde el otro, el huésped, el que viene a mí, se convierte en motivo central. Ese otro puede ser mi padre, una pareja de amigos, unos funcionarios que visitan la empresa, el conocido de un amigo que viene de turista a la ciudad… El “otro”, ese “no-yo” que viene a compartir un tiempo y un espacio conmigo. Ese tiempo y ese espacio son la materia prima para hacer de esa visita una creación, porque no sólo se crean objetos materiales, sino momentos compartidos. Y es, en los momentos compartidos, donde florecen cosas interesantes como los buenos recuerdos, las amistades, los sueños y los proyectos comunes.

La hospitalidad es un aprendizaje también. Si no hay aprendizaje, creo que no se ha vivido la hospitalidad. Aprendo, primeramente, de mí mismo, ya que al preparar un lugar, sea mi casa, el área de trabajo o un itinerario por la ciudad, me relaciono de manera diferente con el espacio, lo hago accesible y amable para el otro. Aprendo a salir de mí, a ofrecer mi tiempo. Aprendo del que llega, tanto si viene de lejos como del piso de arriba, siempre hay formas distintas de ver el mundo y de hacer las cosas. Cada vez que acogemos a alguien, vamos acumulando experiencia para atender mejor a la siguiente persona que venga a nosotros.

La hospitalidad es un proceso. Hay una preparación desde el momento en que sabemos que viene a vernos alguien, después una bienvenida, un desarrollo de la visita y una despedida. Y la hospitalidad no termina aquí, posteriormente “devolvemos las cosas a su sitio”, aquello que hemos usado durante la estancia del otro y que ha servido para hacerla acogedora. Sin embargo, aunque las cosas regresen a su sitio no vuelven a ser iguales, ya que han servido para algo: han sufrido un desgaste. La amistad o los sentimientos que implican el “recibir” al otro, al gastarse, crecen. Cuando uno da al otro, cuando uno se da, crece. Y, como en todo proceso vivo, dentro de la estructura, dentro de lo planeado, siempre hay un margen amplio para la espontaneidad, para la libertad. También hay que saber descansar, reposar la visita, para captar la riqueza que nos ha dejado y para tener ganas de seguir siendo hospitalarios.

La hospitalidad conjuga belleza, creatividad, encuentro, crecimiento. Cada estancia de una persona en nuestra vida marca un antes y un después.